Yo, que sufro de extraños dolores de pierna, propuse a mi chico que nos sentáramos antes de emprender el camino a mis clases de chino. Al poco, le enseñé mis últimos avances en el Final Fantasy: Dissidia (llevaba más de 230 horas de juego) y lo reté a unas peleas. Al poco, dos muchachos que después supimos que eran de origen árabe, embistieron contra nuestras consolas con las manos y nos las arrebataron. Obviamente, se dieron ipso facto a la fuga.
Salimos tras ellos y vimos que se dirigían al parque, donde nos aventuramos después de hablar con los guardias del centro comercial. Por supuesto, no dimos con ellos, aunque dejamos constancia de lo sucedido a dos guardias que andaban por allí. Seguidamente, nos dirigimos a las dependencias de la Ertzaintza (la policía local), donde pusimos una denuncia.
Es la primera vez que pierdo algo de este modo, y más algo tan importante para mí como la PSP, que en estos tiempos de duro trabajo era lo que más me evadía y me relajaba. Sobra decir que el odio y el rencor ardían dentro de nosotros, aunque a Luxord lo absorbieron las llamas y acabó por destrozar su paraguas de un golpe.
Ya no esperamos recuperar nuestras consolas, pero no duele mucho no ver a esos indeseables, al menos, atrapados. Ahora entiendo lo que es que simplemente atrapen a los cacos, lejos de pedir una remuneración. Mientras tanto, no paro de recordar el momento en que dejé de ver a Zidan en la pantalla para ver una mano ladrona. Es algo que me carcome por dentro, pero poco a poco voy calmándome. Lo más horrible de la historia es la rabia que no puedes desatar y, por supuesto, la impotencia de hacer nada contra esos sobreprotegidos vándalos, que encima atacan a plena luz en un sitio tan céntrico y, hasta el momento, seguro.
Me sabe fatal que esos malnacidos tengan que venir a joder a la gente que no ha hecho nada malo. Que rompan la paz de una larga jornada que dos personas comparten con una cosa tan tonta como robar dos consolas portátiles. Encima, esos hijos de puta pasan a engrosar la lista de inmigrantes (magrebíes, para más inri) que sólo están aquí para tocar los cojones a los ciudadanos normales. Yo por ahora acepto que hay mucha gente inocente del mismo origen, pero no es un sentimiento tan común como debería. Aunque, por otro lado, esto sólo refuerza mi idea de tomarse los asuntos sociales como la inmigración o la educación con mano dura, que mucho derecho y mucha protección no hacen sino perjudicar a quien merece esa defensa. En resumen, que sigue vigente lo de que pagan justos por pecadores.
De lo malo, malo, he conseguido concienciar a una persona de que mi propuesta de que exista un cuaderno de muerte y de que exista asimismo nuestro Kira libertador (^^¡¡¡Kira es Dios!!!^^) no es sólo algo más que conveniente sino necesario.
En fin, al final, los únicos que están contentos son esos delincuentes malparidos que personalmente no merecen ni dudas ni defensas ni piedad ni beneficios. Quizás robar a un ladrón pueda reportar muchos años de bendición, pero ser un cabronazo hijo de puta sólo reporta, a mi juicio, la inmediata condena de erradiccación inminente.
En fin, al final, los únicos que están contentos son esos delincuentes malparidos que personalmente no merecen ni dudas ni defensas ni piedad ni beneficios. Quizás robar a un ladrón pueda reportar muchos años de bendición, pero ser un cabronazo hijo de puta sólo reporta, a mi juicio, la inmediata condena de erradiccación inminente.